EL INSPECTOR JAÉN (CUATRO)

Hoy el día ha ido de atracos. No eran más de las nueve y cuarenta minutos de la mañana cuando hemos recibido el aviso de que la sucursal número seis del «Banco Español del Ahorro Popular» había sido asaltada violentamente por tres individuos armados.

Cuando hemos llegado, la patrulla de agentes uniformados que lo habían hecho en primer lugar nos informan que han avisado a los servicios sanitarios, ya que el director de la oficina ha sido golpeado de manera reiterada por uno de los asaltantes, hasta quedar mal herido y con brechas profundas en la cabeza.

Con estos asuntos de los heridos y golpeados siempre hay que mantener una cautela. Muchas son las ocasiones en que ese maltrato no es sino una argucia, un intento de exculpar a uno de los cómplices, es decir, al golpeado. Es algo que no suele entenderse por los profanos, pero nosotros somos policías, y debemos estar muy seguros de los pasos que damos, a quién inculpamos y a quién no, máxime cuando existen penas de cárcel o de elevadas multas o sanciones de por medio.

En ese caso, y realizadas las pertinentes averiguaciones, el director de la oficina, don Blas de la Calle de Arriba, ninguna connivencia tenía con los asaltantes. Al parecer, todos los días penúltimos de cada mes, el banco solicita el envío de una elevada suma de dinero en efectivo, para atender el pago de las nóminas de los trabajadores de una importante empresa situada en las inmediaciones.

Los atracadores conocían ese dato. Lo que no sabían es que este mes en concreto, y por unos asuntos derivados de la realización del inventario de la empresa, el pago se iba a efectuar al día siguiente, último del mes. Esto puede suponer que tienen un informante dentro de la compañía. Afinando más, también pedimos la lista de despedidos, si es que los ha habido, en los últimos tiempos. Muchas veces es una cuestión de venganza, incluso personal. Casos he conocido yo en que se simulaba un atraco, cuando lo que habían encargado a los delincuentes es que dieran una paliza al empleado que correspondiese del banco, por haber negado un crédito, o por haber quitado la novia a uno de su barrio con el que se cruzaba todas las mañanas al ir a trabajar.

Depende mucho del día del atraco y del arma que se utilice. Si es un viernes, a última hora, posiblemente sea un atraco puro y duro. Han salido los reclusos con permiso de fin de semana, y necesitan efectivo. Se apañan con lo que haya en el cajón, unos miles de pesetas y a correr. Si falla el banco, también les puede valer un estanco, o una mantequería, incluso el quiosco de periódicos. Si es de lunes a jueves, entonces ya hay que profundizar un poco más.

¿El arma? Hombre, no es lo mismo un revólver que una pistola o que una recortada. Cada asaltante tiene sus preferencias. Saberlo nos orienta mucho. Incluso por el tipo de arma, sabemos quién se la ha podido facilitar. Eso lo dominan de maravilla los de los seguros, detectives de primera muchos de ellos, que tantas veces lo piensas fríamente, y te preguntas que haces aquí, que mucha placa y poco sueldo, de la comisaría a la pensión, y los días libres a pasear al Retiro, ya ves, y a recordar aquello de la canción de «que buenos ratos pasamos echando pan a los patos, y cuanto más pan echamos, mejores ratos pasamos».

En fin, que entre unas cosas y otras se nos ha ido la mañana. Al volver a la comisaría, el Comisario estaba pero que muy cabreado. Como estábamos a lo del banco, parece ser que los carteristas y descuideros se han puesto las botas. Era la hora de marcharse, y quedaban más de veinte personas en la cola para poner la denuncia. Lo mismo llega el día en que en lugar de tener que escribir a máquina, el denunciante habla, todo se graba en un magnetófono de esos tan modernos que parece ser que ya tiene el FBI, y luego ya se pasa a papel, firme aquí y ya le avisaremos si hay novedades, pero vamos, que mejor que se haga a la idea de que no las va a haber.

Son las tres y diez. El Inspector Jaén abandona la comisaría, y enfila, sin prisa, el camino de su habitación en la pensión. Antes, parará en el Bar La Perla, a tomar un menú del día, y a charlar con Antoñita, que le da cuartelillo, y le pide que le cuente historias de policías y ladrones.

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